El talento no es un concepto único, genérico, fijo e inamovible. Un movimiento laboral es una decisión de vida, y en cada posición que cubrimos es nuestro compromiso entender lo que el ejecutivo busca, su visión y sus intereses, y junto con él buscar los elementos para tomar las mejores decisiones.
La gran variedad de oportunidades y el amplio panorama de retos que se presentan en la actualidad requieren de muy diversos conocimientos, habilidades, capacidades, actitudes y perfiles de personalidad. Muchas de las características que requiere el mundo que nos está tocando vivir son muy diferentes entre sí, y algunas incluso son mutuamente excluyentes.
Esto significa que no existe un talento para todo. Necesidades diferentes
requieren habilidades diferentes. “Todos somos genios” – dijo Einstein alguna vez – “Pero si juzgas a un pez por su habilidad de trepar a un árbol, pasará toda su vida pensando que es estúpido”.
El talento crece con la preparación, con el aprendizaje de las experiencias, con la observación aguda de lo que nos rodea. Y aunque se fundamenta en la capacidad, éste crecimiento está profundamente afectado por la voluntad:
Si no sé hacer algo, me enseñan.
Si no puedo hacerlo, me entrenan.
Pero si no quiero hacerlo… simplemente llegamos al punto muerto. No hay avance posible.
El crecimiento no tiene una meta, una bandera a cuadros al final. El crecimiento es, en sí, un camino y no un objetivo.